Mientras que en el pasado se arriesgaba la vida por nobles causas quijotescas, en la
actualidad la comodidad que nos han inyectado en vena hace que sea un esfuerzo extra
el simple hecho de arremangarnos el corazón hasta los dientes.
Esta frase traducida al mundo de la enseñanza podría ser algo así:
Un educador puede explicar un millón de cosas, un educador con vocación va más allá y hace que las sientas.
-¿A cuál de los dos perteneces tú?
O, tal vez, puede que estés pensando:
-¿Qué me estas contando? ¿Dónde está la trampa?
No pienses que hablo de buenos y malos pedagogos, no. Mi reflexión no va por ahí. Intentaré precisar unos y otros.
Los del primer grupo se podrían definir más o menos así:
Algunos profesores andan viviendo con su desinterés a cuestas, y a veces les pesa recordar ese acorde que imploraba a su mente repetirse porque querían enseñar. Como quien va repitiendo curso y aún así, no aprende más.
Se visten de invierno mientras sus sueños se le van cayendo, como las hojas de los árboles que besan el suelo, en tanto que ese aire de olvido juguetea con ellas.
Pero a veces… A veces el olvido se equivoca. Y aquí entran en juego los del segundo grupo. Grupo que se podría demarcar, más o menos así:
Aquellos maestros que se despojaron de los chalecos antialas, para que el instinto de cambio les dispare de frente y a quemarropa.
Buscaban una guerra y encontraron una llamada “Pasión”. Pasión por lo que hacen, pasión por lo que comunican, pasión por el cambio generado por su pasión.
Rendirse es otra forma de apasionar, sí, pero tal vez menos bonita para ellos.
Quizás ahora entiendas mejor la pregunta, quizás ahora medites mejor la respuesta. Así que te vuelvo a preguntar, pero esta vez párate y con la mirada perdida y el pensamiento encontrado, respóndete:
-¿A cuál de los dos crees que perteneces tú?
Santiago Sánchez